Este texto ilustra nuestra finalidad en este blog: que el texto llegue a ser algo verdaderamente iluminador para el vivir cotidiano
1. Libérate de la dualidad
2. Solo la acción constituye tu deber, no sus frutos. Los frutos de la acción no deben ser tu objetivo, sin que por ello eludas la acción misma. (Bhagavad Gita)
La mujer sola, enferma, recluida en la espesa, afligida inmovilidad, inmersa en la monotonía de la casa natal y otra mujer, que es ella misma luminosa, grandiosa, capaz de arrasar convencionalismos, culpas, usos y costumbres domésticos injustos.
Siempre estaba ahí, pertinaz, obsesiva, la dualidad del hombre –en Don Quijote, en Robinson Crusoe, en el Doctor Jekill y Mister Hide en el Raskolnikov dostoievskiano-, pero mucho antes que estos egregios, superiores, formidables ejemplares humanos masculinos saltaran sobre los libros en los que escribieron sus cuitas, sus susurros y sus añoranzas, ya hubo un aviso, una advertencia, una disección del mundo femenino –el eterno femenino, y eterno por dos razones: por su imposibilidad de entender a la mujer y por el desdén, por parte del hombre, ante la dualidad de la mujer
Este aviso se halla en un pequeño cuento que Borges y Bioy Casares, incluye en su antología de cuentos breves y extraordinarios y que copiamos a continuación.
Es de la dinastía T´ang, y debió de escribirse entre el año 618 y el 906 antes de Nuestro Señor Jesucristo:
Chïenniang era hija del Señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y bien parecido. Se habían criado juntos y como el señor Chang Yi quería mucho al joven, dijo que lo aceptaría como yerno. Ambos oyeron la promesa y como ella era hija única y siempre estaban juntos, el amor creció día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre era el único en no advertirlo. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija. El padre, descuidando u olvidando lsu antiguo promesa, consistió Chïenniang, desgarrada por el amor y por la piedad filial, estuvo a punto de morir de pena y el joven estaba tan despechado que resolvió irse del país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y comunicó a su tío que tenía que irse a la capital. Como su tío no logró disuadirlo, le dio dinero y regalos y le ofreció una fiesta de despedida Wang Chu desesperado no cesó de cavilar durante la fiesta y se dijo que era mejor partir y no perseverar en un amor sin ninguna esperanza
Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas pocas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marino que amarrara la embarcación y que descansaran. No pudo conciliar el sueño y hacia la media noche oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó: “¿Quién anda a estas horas de la noche?” “Soy yo, Chïenniang”, fue la respuesta. Sorprendido y feliz, la hizo entrar en la embarcación. Ella dijo que había esperado ser su mujer, que su padre había sido injusto con él, y que no podía resignarse a la separación. También había temido que Wang Chu solitario y en tierras desconocidas, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la reprobación de la gente y la cólera de los padres y había venido para seguirlo adonde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szevchuen.
Pasaron cinco años de felicidad. Y ella le dio dos hijos. Pero no llegaron noticias de la familia y Chïenniang pensaba diariamente en su padre. Esta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche confesó a Wang Chu su congoja; como era hija única se sentía culpable de su grave impiedad filial.-Tienes un buen corazón de hija y yo estoy contigo –respondió él-. Cinco años han pasado y ya no estarán enojados con nosotros. Volvamos a casa y Chïenniang se regocijó y se aprestaron para regresar con los niños.
Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal Wang Chu le dijo a Chïenniang: No sé en qué estado de ánimo encontraremos a tus padres. Déjame ir solo a averiguarlo-. Al avistar la casa, sintió que el corazón le latía Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi, lo miró asombrado y le dijo: ¿De qué hablas? Hace cinco años que Chïenniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.
-No estoy mintiendo -dijo Wang Chu-. Está bien y nos espera a bordo Chang Yi, no sabía que pensar y mandó dos doncellas a ver a Chïenniang. A bordo, la encontraron sentada, bien ataviada y contenta; hasta les mandó cariños a sus padres. Maravilladas, las doncellas volvieron y aumentó la perplejidad de Chang Yi. Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía ya libre de su mal y había luz en sus ojos. Se levantó de la cama y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir palabra, se dirigió a la embarcación. La que estaba a bordo iba hacia la casa y se encontraron en la otra orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Chïenniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron , pero ordenaron a loas sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.
Por más de cuarenta años, Wang y Chïenniang vivieron juntos y felices.
Además de la inteligente estructura narrativa, que hace de este relato una pieza completa e intocable, hay, como en toda la gran literatura, un buceo en el alma de la mujer muy interesante, precisamente porque se ocupa de la mujer, presa del dualismo.
Hay, como dijimos al principio, una misma mujer, que con dos impulsos, aparecen como dos personas distintas pero una misma naturaleza.
Y que le funden al final, en este compendio de psicología femenina que son estas páginas.
Es la que huye de sus padres tras su amor la misma, buscando la plenitud en la libertad, en el amor al hombre y a sus hijos y que la otra, que está en casa, en la cápsula de la tradición, de la inconsciencia y del fracaso.
Son la misma: porque sin la que está muda, en la inmovilidad y en el destierro de las cosas no sería posible la otra, la que busca al amado.
¡Pues claro que al final se funden¡ ¡Cómo no habían de fundirse si son una sola, y única¡
Sin la experiencia de lo uno, la experiencia misteriosa de que lo uno es el Todo, no sería posible lo imposible, a saber : que el individuo es el universo y que lo que pensamos es fruto de la Mente Universal, y que lo que sentimos afectivamente es el Amor del Cosmos y que nuestro cuerpo es la Corporalidad del mundo.
Esta mujer, fundiéndose, en la que eran dos (las dos eran la misma pero en un estado transitorio,) nos desvela el enigma de esa mujer misteriosa, diosa entre las diosas, sierva entre los Reyes.
Mendiga entre los potentados, poderosa entre los mendigos.
Se prolonga después del encuentro ese amor durante cuarenta años. Como dice un místico español, Dios puede hacer más, por su infinita misericordia, en un minuto, en cuarenta años-
Lo que hace que lo humano sobrepase a lo humano. Lo supere en esa fusión enigmática. Lo vemos en estas dos mujeres que siendo dos, son una. Que en realidad, su dualidad no es más que la puerta que se abre a un yo que irradia amor, verdad, y eternidad.